La voz de la poeta pampeana leyendo sus propios poemas sonará en su casa natal y en radios de las ciudades de Toay y Santa Rosa. De este modo simbólico, que la trae al presente desde su inconfundible decir, se homenajeará la vida y la obra de una de las figuras literarias más influyentes de Argentina y América Latina del siglo XX.
El 15 de agosto de 1999 Olga Orozco atravesó esa última puerta, que según ella, la dejaría en el jardín que existe en el fondo de todo. Murió de un ataque al corazón en la clínica Anchorena, de Buenos Aires, donde había ingresado a mediados de julio con una afección circulatoria y donde le realizaron un by-pass.
Unos días después de su muerte la escritora María Moreno la recordaba: «Le gustaba definir a la poesía como el intento de apremiar a Dios para que hable. Los que creen en Dios deben pensar que ella debe estar haciendo esto ahora –apremiar a Dios para que hable– y los que creen en Olga Orozco, pero no en Dios, aceptarían también esa posibilidad puesto que funde a la poeta con la poesía».
Recordar a Olga Orozco es ante todo la posibilidad de descubrir a una poeta de particular significación para las mujeres poetas, porque no hay que olvidar que ella levanta un yo incandescente, un lugar para la subjetividad en donde entran todos. Se animó como pocas en su tiempo a apostar por el arte y sus verdaderas pasiones. Se alejó de los estereotipos. Rondó las veredas que caminaban los artistas de la época, en su mayoría hombres, y fue con ellos a la par. No temió mostrar sus obras junto a las suyas.
Es importante recordarla más allá de ese viejo rótulo de “la generación del 40”, porque su obra implica mucho más: la obra de una mujer que apostó por el arte como estilo de vida, por el amor como un camino irreversible sin el cual no vale la pena vivir, y por una trayectoria literaria que la coloca en la lista de esos innumerables nombres femeninos que se deben recuperar.
En su entorno literario se habla de ella como una mujer de una enorme generosidad, que nunca se quedó pegada al personaje ni dejó de tomarse el trabajo de redactar cartas de recomendación, de abrir con curiosidad a cualquiera que golpeara su puerta.
La poeta Diana Bellesi la recuerda «por ejemplo, durante un congreso de poesía, en un sótano a donde podía cortarse el humo, sentadita en un cajón de manzanas, con una cerveza en la mano, escuchando a los poetas jóvenes”.
Juan Gelman manifestaba en el día en que Olga Orozco recibe el premio Juan Rulfo en Guadalajara que “Nunca se la ha visto merodear por los pasillos del poder político en busca de alguna sinecura, ni en los vericuetos de la vida literaria extendiendo la mano por un premio. No se presentó al Juan Rulfo, que un jurado sabio le acordó. Esto, que parece un rasgo de carácter, un mero dato biográfico, es un acto de escritura. Los poetas creemos en las palabras –dice Olga– como si fueran mariposas en libertad”. Las palabras creen en los poetas, digo, cuando éstos vuelan en libertad”.
Olga Orozco, nació en Toay en 1920, publicó su primer libro de poemas titulado «Desde lejos» a los 26 años. Toda su obra fue reconocida en 1988, cuando le concedieron el Premio Nacional de Poesía, y en 1998 cuando se la distinguió en México con el premio de literatura Juan Rulfo. Olga Orozco se destacó también en el periodismo, colaboraba habitualmente con los suplementos culturales de los periódicos La Nación y Clarín y en los años 60 fue redactora la mítica revista Claudia. Escribió además guiones para radio, televisión y cine.