La realizadora Franca González explora el espacio doméstico y los modos de atravesar la etapa más dura de la pandemia. El documental se proyectará en el espacio INCAA (Cine & Teatro Pico) de sábado a martes a las 18:30hs.
Los meses de aislamiento en 2020 afectaron la rutina y para el mundo de la cultura en general, esos días significaron la interrupción de proyectos en curso, la pérdida de trabajo o una reformulación adaptada a los hogares, con mayor incertidumbre. Casi de inmediato hubo una fuerte necesidad de expresar el nuevo estado de cosas, y fue así como nuestra coterránea comenzó a documentar “Apuntes desde el encierro”.
La película incluye también las postales de cuarentena enviadas por seres queridos y, sobre todo, instala una mirada de voyeur sobre los movimientos de vecinos. Un acto que le permite asegurarse pruebas ineluctables de vida ante el temor y la angustia del encierro. “Esa cosa voyeurística nos tocó un poco a todos. Una vez que decidí que esto se transformara en una película, por una cuestión moral y de principios busqué a cada uno de mis vecinos para pedirles la autorización para usar esas imágenes”, aclara la directora.
Esa instancia de contacto con sus vecinos le devolvió a González una reflexión sobre estos registros: “Los que estaban juntos tal vez ya no lo están o se mudaron. Incluso me pasó de contactar a una chica que por una transición había cambiado su nombre. Esas imágenes de lo real que podemos ver en el documental están cambiando todo el tiempo”. En ese sentido, la observación de lo pequeño que la documentalista pone en práctica –inspirada por el cineasta y escritor alemán Alexander Kluge– avanza sin detenerse demasiado en cada imagen, sino lo necesario para arrancarlas del tiempo desgarrado y ponerlas a salvo en un relato que las interpela.
“En el documental nunca se habla de la enfermedad en sí misma, sino que apela a un registro muy íntimo de cómo cada cuál vivió un encierro que tampoco se explica demasiado qué es lo que lo ocasiona. Eso es lo que más me interesaba contar. En cada uno de los lugares donde se vio hasta ahora la película genera cosas muy diferentes y creo que con el tiempo se va a ir resignificando. Todavía estamos en un momento en el cual necesitamos una mayor distancia para tomar conciencia de si eso que realmente creíamos que nos iba a cambiar un poco nos cambió o si sirvió para algo. Esas transformaciones no van a ser tan evidentes desde lo personal, sino que se viene un cambio desde lo filosófico y lo artístico. Nadie salió ileso de eso, hay gente a la que aún le puede costar ver producciones de aquel momento porque la pasaron muy mal o perdieron a seres queridos, y a otros también les va a ayudar poder mirar desde otro lugar esas cosas y pensarlas desde una reflexión más enriquecedora”, aclaró la cineasta.
“Al principio, entonces, fue una pura experimentación y no tenía la menor idea de que eso iba a derivar en una película. Por eso también esa cosa lúdica de convocar a otras personas, de otros lugares del país y del mundo, y que cada cual pudiera acercar imágenes de sus propios encierros sin tener que respetar cuestiones tecnológicas de alta pureza, sino que se expresaran con lo que tuviesen a mano. Mi película anterior (Miró, las huellas del olvido) fue filmada en un formato más grande, con cámaras sofisticadas, y tenía ganas de hacer algo más desestructurado, fresco y con mayor libertad. Como documentalista uno a veces se encorseta demasiado. Esta película me dio la libertad absoluta de poder usar, por ejemplo, un mensaje que me mandó mi hermana en una noche de insomnio”, concluyó González.